Cada cual emprende su libertad, alza una mirada, da la cara ante el público. Un silencio antes de actuar, te observan detenidamente, meditan, te juzgan. Sin preámbulos decides dar tu primer paso a ojos cerrados ya que te aterra saber si quiera donde puede llegar el infortunio. Paso tras paso, por supuesto siempre lento, pierdes tu alma porque ya es parte del monstruo del escenario, fijas tu rumbo al azar y danzas, danzas, danzas... Cae la aurora en tu escena que destella y deslumbra en el silencio de aquellos espectadores. Caminas y retomas tu posición inicial para así finalizar tu confesión. Un silencio inunda la sombra de los observadores y los inesperados aplausos te acarician con seguridad, mientras tus pupilas dicen nunca mas.
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