- Relámpagos iluminan la dolorosa escena del ángel caído. La sed de venganza es emanada violentamente por sus poros, mientras, una fuerza superior lo ata a los cimientos y le exige retractarse por última vez antes de entrar en la miseria.
Con un aire desolador Lucifer observaba el suelo, en su rostro tenía esa mirada rencorosa y envolvente que tanto había anhelado, en efecto, sus ojos ya denotaban una tonalidad rojiza y opaca, semejante al color de la sangre. Con recelo evitaba la luz proveniente de Gabriel, quien era el responsable de haberlo dejado en libertad.
Ese fue un gran error. Dejar en libertad a un demonio es un pecado. Ellos deben ser exterminados según las reglas de los cielos. La guerra es parte de la vida y Gabriel lo sabía muy bien. Él pensaba que quizas su hermano podría cambiar.
Gabriel caminaba lentamente hacia su hermano para darle la última oportunidad de unirse a la "Hermandad".
- ¡No te me acerques! Gritó súbitamente Lucifer.
- Ya no tienes salida. Debes venir conmigo. Pronto será demasiado tarde.
- Pues claro que no, ya he lidiado lo bastante contigo. Desde hoy forjaré mi propio camino, por medio de mis acciones y desearás no haberme dejado en libertad.
El viento acrecentaba con escándalo su velocidad y golpeaba con violencia todo lo que se interponía en su camino. Lucifer rompía las cadenas de oro que pesaban sobre el, se ponía de pie y daba la espalda a Gabriel, pues ya no debía perder tiempo con aquel ser inane.
- Aguarda un segundo Lucifer. ¡Aún estas a tiempo de cambiar!
- Ya es demasiado tarde. Mi corazón ya le pertenece al señor de la sombras. Será mejor que te alejes o mi Thanatos acabará contigo. No pudiste llegar a tiempo, al igual que en los viejos tiempos.