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Dramática escena del tormento de un príncipe.
La desolación es exaltada, producto de la angustia existente en los infiernos, ¿qué es la locura sin una idea distorsionada de la realidad? se preguntaba a sí mismo Lucifer. Desde ahora en adelante el fulgor insaciable de la soledad quemaría cada recuerdo, hasta convertirlo en una bestia, en un animal tan despiadado capaz de extinguir la luz. Desde este día, seria también capaz de saturar con su odio los estribos del amor y de ocasionar los desmanes más estrepitosos que nunca jamás se halla imaginado la humanidad. Ese es el destino de los demonios, destruir y destruirse.
Aquel ángel desdichado que dejo atrás toda esperanza de ser amado, hoy se encuentra en su propia prisión compartiendo con otros seres impíos cada gota de dolor y sufrimiento que logra filtrarse hacia el inframundo, donde es incapaz de librarse de las malvadas y escalofriantes tinieblas que lo gobiernan. Desde hoy en adelante el inframundo seria su nuevo hogar.
Antes de llegar al inframundo Gabriel le había propinado una paliza, en legitima defensa, al ángel oscuro, consiguiendo que la ira de este creciera aún más.
Lucifer estaba herido y exhausto. Había perdido una batalla contra su hermano, las esperanzas de ser amado y su dignidad. Su rostro aún estaba ensangrentado, tenía moretones en sus piernas y espalda. La vida que le esperaba no sería para nada fácil.
Antes de llegar al inframundo Gabriel le había propinado una paliza, en legitima defensa, al ángel oscuro, consiguiendo que la ira de este creciera aún más.
Lucifer estaba herido y exhausto. Había perdido una batalla contra su hermano, las esperanzas de ser amado y su dignidad. Su rostro aún estaba ensangrentado, tenía moretones en sus piernas y espalda. La vida que le esperaba no sería para nada fácil.
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