Tras cada paso que daba
Lucifer en el inframundo su esperanza perdía color, sus anhelos
se descomponían, su vida acababa. Avanzaba en soledad por un extenso
desierto que debilitaba gradualmente a todo aquel ser que osara pisar aquellos dominios.
Tras cada paso que daba el pecador, parte de su energía era drenada. Ese era el castigo de emprender rumbo a través de tierras malditas, eliminando de esa forma a los profanadores iracundos.
El culpable caminaba sin rumbo, sin destino, muy confundido por las ilusiones que eran fruto del cansancio. Trató a duras penas utilizar sus firmes alas pero estas no respondían a causa del daño recibido durante su encuentro con Gabriel. Aquellas arenas rojizas con aspecto hipnótico no eran mas que un burdo juego creado para martirizar a los peregrinos perdidos. Bastaron unos cuantos pasos más para que Lucifer desfalleciera y perdiera el vigor de su cuerpo.
Tras cada paso que daba el pecador, parte de su energía era drenada. Ese era el castigo de emprender rumbo a través de tierras malditas, eliminando de esa forma a los profanadores iracundos.
El culpable caminaba sin rumbo, sin destino, muy confundido por las ilusiones que eran fruto del cansancio. Trató a duras penas utilizar sus firmes alas pero estas no respondían a causa del daño recibido durante su encuentro con Gabriel. Aquellas arenas rojizas con aspecto hipnótico no eran mas que un burdo juego creado para martirizar a los peregrinos perdidos. Bastaron unos cuantos pasos más para que Lucifer desfalleciera y perdiera el vigor de su cuerpo.
El calor emitido por la arena era insoportable, dicho lugar no toleraba fuerza rival, es más, poseía una presión tan abominable y rebelde que era capaz de domar hasta la bestia más feroz. Lucifer aún no experimentaba el autentico poder del sitio al que había llegado a parar. La verdadera amenaza radicaba en que, una vez agotadas las energías de los ingenuos trotamundos, grandes cúmulos de arena daban inicio a devorar al prisionero de sus ilusiones, con tal brutalidad que la masa de cada grano de arena equivalía a 10 veces más masa que un grano de arena común y corriente.
A ojos cerrados, exhausto y a la intemperie se hallaba el noble caballero. Ya casi sin alma y sin desasosiego, logró conectarse con su Thanatos. Olas y olas de energía irradiaba el cuerpo del señor oscuro, pero que desgraciadamente no conseguía domar en su totalidad debido a la arena que se adherían a sus pies con un efecto semejante al de las magnetitas. La arena roja devoraba la energía de Lucifer, al igual que una sanguijuela. Las vibraciones del medio tornaban a un color púrpura con negro exaltando el aura maligno de las bestias impuras. El demonio había logrado conectarse con su Thanatos, esta habilidad que solo los demonios pueden utilizar le otorgó una fuerza sobrenatural. Tras una constante lucha consiguió ponerse de pie para seguir su difuso camino hacia tierras desconocidas, olvidando a ratos que pronto acabaría su aguante en tal laberinto sin salida.